La curiosa historia del primer semáforo del mundo

La seguridad vial no siempre ha sido tan avanzada como hoy en día, y muchos de los elementos que damos por sentado tuvieron un origen curioso. Un ejemplo es el semáforo, un dispositivo esencial en la regulación del tráfico moderno. El primer semáforo del mundo fue instalado en Londres en 1868, mucho antes de que los automóviles dominaran las calles. Diseñado por el ingeniero ferroviario J.P. Knight, este semáforo no utilizaba luces eléctricas, sino lámparas de gas que proyectaban luces roja y verde, operadas manualmente por un agente de policía.

Aunque su intención era evitar accidentes entre carruajes y peatones, el experimento no duró mucho. Apenas un mes después de su instalación, el semáforo explotó debido a una fuga de gas, hiriendo al policía encargado de operarlo. Este incidente llevó a que la idea fuera abandonada durante varias décadas, hasta que en 1914 se instaló el primer semáforo eléctrico en Cleveland, Estados Unidos. Este nuevo diseño, más seguro y eficiente, marcó el inicio de la evolución de los semáforos que conocemos hoy.

Curiosamente, el diseño de los semáforos se inspiró en los sistemas de señalización ferroviaria, utilizando colores que ya eran fácilmente reconocibles: el rojo para detenerse y el verde para avanzar. Este código de colores ha perdurado en todo el mundo, convirtiéndose en un lenguaje universal para la seguridad vial. El humilde semáforo no solo ha salvado innumerables vidas, sino que también nos recuerda cómo la innovación, incluso tras un comienzo accidentado, puede transformar la manera en que nos desplazamos por las ciudades.